Ilustración de Esteban Maroto |
Vaho que llena tu piel,
que besa e impregna de incienso
la superficie que me llama.
Aunque te ignoro, regreso.
Jazmín, cera, sangre;
gemidos que llaman al escape,
cínicos, contradicen tus caderas;
nuestros sexos como uno laten.
La flama que se posa sobre mi mano,
fría aparece junto a tu mirada.
Tu pulso nace y muere en mi boca,
Sal de mi vida, sal de mi vida.
Mi canto invade tus oídos
como última abjuración a ti,
a tu omnipresencia opresiva.
A pesar de, yazco donde quise maldecir.
Porque la quietud de tu regazo
es tormenta en mi cráneo astado;
mi semilla en tu tierra,
paradoja en mis huesos ha tallado.
Sueños de un puño reduciendo el Todo
abren sus dedos para florecer.
Una enredadera de humo nos envuelve
y se extiende más allá del anochecer.