lunes, 11 de junio de 2012

Ejercicio de Muñeca


Ilustración por Chris Bienefeld

      Inconexo, con la realidad que afronto día a día, minuto a minuto, piel a piel, como la iguana que deja su traje de escamas en el camino. El sol es mi abrigo y mi maldición. El aire se posa en mis fosas nasales mas no entra, se queda estancado en una selva microscópica, densa, agónica; cuyo movimiento decae hasta la inercia total. No hay razón para llorar. El juego es así: un escusado con agua, orina, sangre y mierda. Giran hasta perderse en las lágrimas de la eternidad. Porque ella no tiene motivo por el cual alegrarse. Su escape no es a la libertad, si no a la nada. La angustia carcome sus entrañas, no deja que su vida fluya, paralizada ante el terror a la muerte. No atiende la paradoja que significa su hipotético conocimiento sobre el origen del huevo, del árbol que arrojó la semilla que germinó las paredes de esta ciudad. Sin embargo, se siente con derecho a pintar cada ladrillo con su pincel fucsia, con sus trazos amarillo pato, con su brocha empapada de verde limón. Y así la ceguera ataca a muchos y a otros nos nubla, dejándonos apenas la visión de siluetas fantasmagóricas, sombras chinas que se desdibujan mientras más miramos los murales citadelos.
      Por eso he de escalar hasta las torretas, aunque las púas hieran mis manos y el calor del exterior reviente mis pies en ampollas supurantes. Por eso he de rechazar el agua que sus jarrones juramentados me ofrecen, como consuelo a esta broma cruel, a este chiste corto que apenas saca una sonrisa. Por eso, camino. Porque el asiento que espera en la ciudad puede meterse sus suaves hilos de seda por el culo. No habrá curandero que me duerma para suavizar la caída al abismo. Porque despierto se disfruta el viaje, porque con los ojos abiertos se ve. No, no sentirán los oídos más nítida la música del viento chocando contra su bóveda, si me niego a mirar el suelo acercarse, monstruoso, con su dentadura de grietas, esperando devorar mis músculos desperdigados. El corazón late pidiendo vivir eternamente, aunque el cerebro, certezas en mano, le diga que eso no es posible.
      Y si la cabeza tuviera un falso mapa que indicase que la bestia que aguarda es un espejismo, que su forma rocosa no es más que una nube que cubre el colchón de plumas, entonces el son del pequeño viaje no tendría ritmo, sería el paso de un perro aburrido en un ante jardín, dando vueltas hasta encontrar ese misterioso relieve que acomoda su cuerpo para echarse y morderse la pata trasera.
      El salvajismo es el límite a traspasar, el río amazónico que atraviesa los corazones inquietos, hambrientos de destruir el mundo para moldear uno propio. Vendajes fuera de los ojos, se van al bolsillo, por si se necesitan para detener la hemorragia de ideas que pueda escapar de mis muñecas.