lunes, 28 de febrero de 2011

La sangre de la serpiente atraviesa las esferas del tiempo y el espacio.


Ancavilo avanzaba cubierto por las sombras de las majestuosas araucarias. Sus pies parecían volar sobre el follaje, sin emitir ruido alguno al desplazarse. Era como una serpiente: silencioso, grácil, mortífero. El aroma dulce que perseguía provenía de la rivera del río. Poderoso se esparcía entre los ancestrales troncos, como la mano implacable de Ngnechen.
La erección de Ancavilo era dolorosa, llegando a un punto cúlmine al encontrar su mirada con el origen de aquel perfume.

El agua acariciaba la piel canela de Ilchahueque. El oscuro y húmedo cabello de la muchacha se apegaba sobre sus pechos, como si el líquido deseara el contacto con aquel virginal cuerpo.
Captó la presencia cuando la sombra se cernía sobre su silueta, pero fue demasiado tarde.


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