martes, 6 de abril de 2010

La Octava Osamenta

Iglesia Santa Ines, La Serena, Chile.La reparación de la Iglesia Santa Inés ya no era un tema que preocupara a la gente de La Serena.

Desde 1968 que se hacían intentos por restaurar la última edificación del santuario más antiguo, de la segunda ciudad más antigua de Chile. Los anuncios aparecían siempre en la víspera de alguna elección edilicia o parlamentaria, y desaparecían de la contingencia regional, muchísimo tiempo antes que lo hicieran los rayados de la campaña.

El entrampado de vigas y tablas que sujetaba la derruida pared este, había pasado de ser un mal endémico, a formar parte del paisaje urbano.

Un inédito conjunto de voluntades políticas y privadas, había conseguido una cifra con muchos ceros para al fin dar un rumbo recto a los trabajos. Se concesionaron a una importante empresa constructora las obras, que corrían bajo la atenta mirada de la Dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas y el Consejo de Monumentos Nacionales. Toda esta sinergia debió ser frenada, cuando se hallaron varios esqueletos enterrados bajo el lugar donde se situaba el altar.

Era la segunda semana de trabajo de Richard González, y no aguantaba el ambiente solemne con el que el resto de sus compañeros manipulaban los escombros. No es que no creyera en dios, pero no entendía el afán de consagrar trozos de adobe y madera podrida, como si fueran huesos santos. Así que para coincidir lo menos posible con el resto de la cuadrilla, tomaba sus descansos para almorzar una hora antes, consiguiendo que al terminar él, los demás comenzaran su colación.

Habían retirado los bloques de piedra caliza que componían el suelo del ala central, comenzando ahora Richard la sección correspondiente al altar. Las fracciones de piedra no eran tan pesadas para que necesitara ayuda, así que el avance fue rápido. Cuando ya retiró y apiló los bloques, se percató de un rectángulo del tamaño de una tumba, que apenas asomaba sus relieves bajo el polvo de adobe. Sin ninguna intención de avisar, recordando el ofrecimiento de un coleccionista de objetos arqueológicos, tomó una barreta y la introdujo por una hendidura. La gruesa placa se levantó soltando un hedor tóxico, que casi lo hizo devolver el almuerzo. Dentro de la bóveda, una gran cantidad de restos óseos se entrelazaba entre jirones de ropa. Protegido por los gruesos guantes, rebuscó entre las osamentas sin distinguir ningún objeto de valor. Con el estómago apretado, alerta por el inminente regreso de sus compañeros, sacó de su mochila las cajas de zapatos con el papel para envolver que traía a diario, en caso de presentársele alguna oportunidad de hacerse de alguna reliquia. Luego de volver a escudriñar, decidió lo que le podría ser más fácil llevarse para vender.

Valeria Piazzola, la arquitecta al mando de las obras de restauración, rebosaba de alegría mientras le comunicaba el hallazgo a la gente del Consejo de Monumentos, que a su vez enviaron a personal del Museo Arqueológico para el levantamiento de las osamentas.
El informe preliminar arrojó que había seis esqueletos adultos y uno de un infante, que no debía pasar del año de edad. No podían aun determinar la antigüedad de los restos, pero podían afirmar que eran de diferentes datas, que habían sido manipulados por terceros a lo largo de los derrumbes y reconstrucciones que había sufrido el templo y que sospechaban que algunos de los sujetos habrían muerto en el siglo XVII, época en que se edificó por vez primera la Iglesia Santa Inés.

Los miembros de la cuadrilla – excepto Richard – estaban inquietos por la remoción de los huesos. Pensaban que era interrumpir su descanso eterno y se negaron a seguir trabajando en la iglesia hasta que no volvieran a enterrar en su sitio a los finados. La empresa concesionaria no se hizo problemas y finiquitó a los trabajadores rebeldes. El miedo a la cesantía fue más fuerte que a las almas en pena. No hubo más reclamos.

El proceso continuó con el debido cuidado de no dañar eventuales hallazgos. Los del museo tenían una constante supervisión, cosa que a Richard no le causaba ninguna gracia. Ya se estaba haciendo la idea de que no podría ganarse ningún dinero extra con su amigo coleccionista.
También sentía otra mirada vigilante, pero no de amenaza. La arquitecta siempre estaba viéndolo, incluso a veces incomodándolo. Desde que ella intercediera para que lo aceptaran en la obra, había notado el interés de la mujer. No estaba para nada mal, pero no sabía hasta que punto podría beneficiarlo o perjudicarlo el pasar a algo más que el flirteo visual. Hasta el momento prefería mantenerla en suspenso.

Valeria llegó junto a él, acompañada de un veterano de corbata y chaleco almidonado.

- El es Richard, el trabajador que encontró las osamentas. – lo presentó mientras enredaba sus dedos en el rizado cabello rubio.

- Fue muy apropiado su proceder. No sabe cuanta gente hace hallazgos de este tipo, cometiendo cuanta barbaridad se le pueda ocurrir. Algunos las venden, pero otros en el afán de cooperar, las trasladan de manera en extremo deficiente, deteriorando las reliquias. Muchas gracias por su tino.

- No se preocupe, que aquí le vamos a poner todo el cuidado con los entierros que encontremos. – y Richard extendió la mano sin guante, a lo cual el arqueólogo respondió con un asentimiento de la cabeza y se retiró.

Valeria disculpó al anciano, haciendo un gesto de que estaba algo chiflado y lo siguió.

A Richard no le causaron gracia ni el desprecio del viejo ni la broma de la arquitecta. La risa estridente de uno niño jugando en las cercanías, no contribuía a disminuir su irritación. Siguió trabajando con la pala, desquitándose con la tierra apilada.

Luego de terminar su turno, Richard fue a la casa del coleccionista a reclamar la segunda mitad de su paga. El hombre le había dicho que sólo podría completar el monto si lograba confirmar la antigüedad del producto. Además lo que le había llevado no era del tipo de “artefactos” que solía adquirir, pero podría encontrar algún comprador si la data tenía una antigüedad satisfactoria.

Durante veinte minutos aporreó la gruesa madera con el llamador de puerta, dejando hendiduras con la mano de bronce sin obtener respuesta. La noche estaba sobre él, interrumpida su oscuridad por los faroles que se acababan de encender. Comenzaba a sospechar que el anticuario lo quería estafar. No tenía como reclamarle por la transacción. No podía ir a carabineros y denunciarlo por no querer pagarle el esqueleto de un infante de tal vez trescientos años.
Resignado se marchaba después de dar los últimos golpes rabiosos, cuando las mal lubricadas bisagras le avisaron que la puerta se había abierto.

Entró con el ímpetu que da el sentirse engañado, declarando sin tapujos las amenazas que le confesaba entre dientes a la puerta mientras la aporreaba. Viró hacia el estudio del coleccionista, advirtiéndole que más le valía tener su dinero o no iba a responder por sus puños.

En el piso, una masa roja parecía latir en espasmos.

Richard no lograba entender que era ese brilloso montículo carmesí, hasta que un gemido, una respiración entrecortada disfrazada con una gárgara, le dio a entender que no recibiría respuestas a sus reclamaciones.

Giró abarcando con la mirada todo a su alrededor, esperando encontrarse con quien modelara aquella pieza de surrealismo vanguardista, pero lo único que le llamó la atención fue un fajo de billetes azules sobre el escritorio. Lo tomó cuidando de no pisar la sangre que ya casi cubría todo el suelo del estudio. La fuente de este líquido aun respiraba su agonía, pero a Richard poco le importaba. Era obvio que no sobreviviría. Lo que le interesaba era que nadie lo viera saliendo de aquel lugar. Se dirigió a la salida y antes de cruzar el umbral que lo comunicaría con la calle, un movimiento en el techo lo alertó. Miró de reojo, pero no quiso dar crédito a lo que su visión periférica le mostraba. Asomó la cabeza para comprobar si estaba despejado afuera y sin cerrar la puerta, corrió hasta girar en la esquina. La especie de araña blanca que Richard no quiso aceptar como real, se deslizó al exterior de la casa del anticuario, en la misma dirección que el último visitante.

Parte de las osamentas encontradas en la Iglesia Santa Inés, habían sido enviadas a Estados Unidos para su estudio y era de ese país desde donde llegaba una inquietante noticia. El laboratorio de la Universidad del Norte de Arizona había sido asaltado durante la noche y uno de los analistas que se encontraba trabajando fue asesinado de una forma horrible. Creían que el atacante se había quedado escondido hasta esas horas, ya que no encontraban lugar por el cual se hubiese forzado para entrar, no así para salir, ya que en el sector donde realizaban los análisis de los restos provenientes de La Serena, una ventana fue rota por dentro, presumiéndose que fue por ahí donde escapó el asesino. Al laboratorio había una sola entrada, que era vigilada por guardias día y noche. Se manejaba la hipótesis de que el móvil fuera el robo, ya que faltaba una de las osamentas, pero esto no terminaba de convencer a la policía de Flagstaff, debido a las características del crimen: el laboratorista fue muerto de cientos de estocadas, muy probablemente hechas con los huesos del esqueleto desaparecido.

Ya habían sido extraídas las muestras de colágeno de los huesos, además de otras mediciones, por lo que solicitaron regresar las osamentas restantes a Chile, para terminar los estudios en el museo. Las cajas llegaron al aeródromo La Florida una semana después de la tragedia.

De todos estos acontecimientos Richard ni se enteró, ya que se dio una larga juerga con el dinero que extrajo de la casa del coleccionista, no apareciendo por las obras hasta que quedó con los bolsillos volteados. Aun con resaca, apenas entendía los gritos del capataz que lo echó casi a golpes. No era que no se lo esperara, pero tenía la leve expectativa que la arquitecta abogara por él. En cambio Valeria se encerró en el contenedor que hacía las veces de oficina, donde solía quedarse llenando informes hasta que no quedaba nadie en la iglesia.

Richard caminó por calle Almagro hacia el norte. Casi llegando a Cienfuegos, varios vehículos de carabineros aparecieron en dirección contraria. Richard esperaba que el escándalo lumínico y sonoro se dirigiera a la iglesia Santa Inés y que algo trágico le hubiese sucedido al capataz, a la arquitecta o a cualquiera en la obra. Sus negativos anhelos se vieron frustrados cuando la caravana viró a la izquierda en la primera bocacalle. La curiosidad lo apartó de su ira, dirigiendo sus pasos en dirección al centro. Trotó por calle Cienfuegos y llegó algo ahogado gracias al exceso de cigarros de los últimos días, al lugar donde se detuvieron las patrullas.

Estaban fuera del Museo Arqueológico.

Por la escalera de piedra aparecía un rastro de sangre que surgía desde la entrada principal. La zona había sido acordonada, viéndose dentro a carabineros entrevistando a alteradas personas. Entre estas le pareció reconocer a una de las funcionarias que había retirado las osamentas de la obra. Puso oído a lo que entre sollozos le explicaba a un joven cabo.

- Le digo que estaba entrando en la oficina, y esa… cosa que parecía un esqueleto de niño gateó fuera. Iba tan rápido que parecía una araña, y salpicaba sangre al pasar. Yo no supe que hacer. Primero me escondí, luego ni siquiera me podía mover para saber si la cosa esa se había ido. Cuando al fin me pude levantar volví a la oficina y ahí estaba él, o creo que era Diego…

“Parecía una araña”. Era la mayor estupidez que había escuchado en mucho tiempo. O de eso se convencía, ya que el recuerdo de lo que vio por el rabillo del ojo aquel día, lo tenía con los nervios en tención, en una especie de alerta constante, que sólo podía aplacar con altas dosis de alcohol.

Un carabinero lo empujó para que se alejara y Richard hizo el amago de replicarle, pero tuvo un lapsus de sensatez y se abstuvo. Decidió que mejor era descargar su rabia en contra de la iglesia Santa Inés y sus moradores.

La tarde estaba más oscura gracias a las típicas nubes que cubrían el cielo de La Serena. La gente en su trayecto directo a cualquier cosa, miraba de reojo a Richard, que había pasado por una discreta cantina a dejar sus últimos pesos a cambio de unas cañas de vino blanco. Su rostro se desfiguraba en intermitentes muecas de ebriedad y resentimiento. Los pocos transeúntes que no tenían el cuidado de no chocar con Richard, se encontraban con un roble que se balanceaba. Un roble relleno de gusanos y termitas.

Cuando divisó la cruz de la iglesia, creyó más conveniente esperar a que sus ex compañeros se retiraran para apedrearla. No necesitaba una pelea en desventaja numérica. Se sentó en la escalerilla de un local cerrado, atento a la salida de los obreros. Esta atención no le duró mucho, ya que el vino lo adormeció, atrapándolo en un sueño profundo.

Despertó sobresaltado por el frío de una gota de agua que cayó desde el techo hasta su cabeza. Por un instante no recordaba donde estaba ni que hacía ahí. Una vez que lo hizo, se encaminó hasta su antiguo trabajo, resuelto a cobrarse.

En la ventanilla del contenedor, una luz escapaba entre la silueta de un cabello largo y rizado. Richard examinó con detención si el nochero había llegado. Al notar que no, se escabulló por debajo de la reja.
Golpeó el rectángulo de vidrio y Valeria giró su rostro, que al ver a Richard tomó una expresión de pavor disfrazado con severidad.

- Richard por favor, fuera. Tú ya no trabajas aquí.

- Déjeme entrar, si quiero conversar con usted nada más.
- No, no te voy a abrir, ándate.

- Seguro no me va a abrir.

Recogió una piedra y quebró la ventana. Metió la mano y jaló del pelo a Valeria, sacándola de un tirón. Valeria no pudo zafarse de las fuertes manos de Richard. Los vidrios que quedaban en el marco se le incrustaron, abriendo heridas que se llenaban de tierra y piedrecillas de ripio al ser arrastrada hasta el interior de la iglesia. Gritó por ayuda un par de veces, pero Richard le rajó la camiseta y con un jirón la amordazó.

Con una mano la sujetó de las muñecas y con la otra la manoseaba. Valeria intentaba golpearlo con las piernas, sin lograr siquiera estremecerlo. Siguió con sus suplicas esperando que el sonido que escapaba por entre la tela que la enmudecía, llegara a algún oído misericordioso.

Entonces vio algo deslizarse por un arco de madera del techo. No sabía que era, pero no lo asociaba con salvación. Su vista se empezó a acostumbrar a la oscuridad y pudo distinguir que por la pared de adobe bajaba un esqueleto infantil.

Richard no se fijó en los ojos desorbitados de Valeria y menos hizo distinción entre los ahogados gritos que ahora no eran causados por él. Sólo supo de la irrupción en la escena de este tercer actor, cuando los huesos se clavaron en su espalda.

Se revolcó para librarse de lo que lo atacaba y lo consiguió por un instante. Los huesos de la cosa se reconfiguraban tomando formas impensadas, representando un caleidoscopio macabro. Algunos extremos astillados estaban cubiertos con sangre fresca y también reseca. Las partes afiladas se abalanzaron sobre Richard, quien no pudo esquivarlas, clavándose en sus antebrazos, atravesándolos. El resto del esqueleto hacia lo suyo, enterrándose en el abdomen, el pecho, el cuello y así hasta que no iba quedando zona sin perforar. Richard con sus últimos restos vitales, elevó una súplica a Valeria, quien no tenía su atención precisamente centrada en el heroísmo.
Valeria corrió hacia la salida y su rostro fue cubierto por un enredo de huesos que la derribó.

Sobre ella había otro esqueleto de bebé.

Una falange se enterró en su garganta y Valeria estaba demasiado atemorizada para ordenarle a algún músculo que se moviera. Cuando sentía que el líquido tibio surgía de la herida, la osamenta viviente detuvo su faena. Valeria soltó la mordaza y con esta apretó la hemorragia.

Los esqueletos se desplazaban en una diminuta avalancha ósea, encontrándose en un impacto. Los huesos embadurnados en sangre se ordenaron en dos grupos formando un par de osamentas infantiles.
Entre el horror de lo sucedido, Valeria trataba de entender como estaban ese par de montón de huesos ahí, animados por intenciones homicidas. Pensaba que debieron oír a todos quienes creían que era un sacrilegio el sacar a los difuntos de su descanso. Pero no se explicaba como estaban en este momento, si la osamenta del bebé fue robada en Estados Unidos. ¿O tal vez regresó en el avión junto a los otros restos? Además, sólo habían hallado un infante. ¿Y si eran dos? ¿Y si el otro hubiese sido sacado antes? Se arrastraba hacia la salida, apenas comprimiendo la herida. El rastro rojo era sustancial.

Los difuntos infantes se juntaron soldando sus costillas. La sangre que los cubría calló como un manto al suelo, dejándolos en la sequedad que tuvieron durante más de tres siglos sepultados. Luego una risa de niños pequeños, que nada tenían de ternura o cordura, se intensificó hasta hacer vibrar toda la estructura de la iglesia. La agudeza del ruido no superaba lo espantoso de su textura innatural. De un golpe se detuvo.
Los esqueletos reposaron sobre el suelo que los había cobijado desde siempre.

El nochero que encontró los dos cadáveres corrió gritando histérico a la calle, determinando su rumbo con la misma coherencia con que balbuceaba sus chillidos. Se tropezó con un vecino conciente y fue este, luego de sonsacarle entre lloriqueos lo ocurrido, quien llamó a las autoridades.

Nunca aclararon las muertes. La teoría más aceptada era la de un crimen pasional, debido al ensañamiento con que fue apuñalado Richard, más acorde con el perfil de asesinatos cometidos por mujeres. Además, si se aceptaba que Valeria se había suicidado, una de las maneras más comunes en las féminas para auto eliminarse, es con objetos corto punzantes.

La falta del arma homicida estancó la investigación, pero también el deseo de enterrar todo lo ocurrido. Nadie lo decía en voz alta, pero muchos creían que el sacar a los difuntos de su cripta había desencadenado toda esta tragedia.

Tampoco relacionaron oficialmente el crimen con el hallazgo de una octava osamenta, que mejor dicho era la de dos bebes siameses.

Ω

Relato Finalista del 3er Concurso de Cuentos Biblioteca VIVA

Publicado en Web Zine NGC3660

4 comentarios:

Patricia dijo...

Me estremezco con su lectura!!!!

kensan_x dijo...

Hola!

He estado leyendo algunos de tus cuentos y debo decir que me sorprendes gratamente. Escribes muy bien. Se nota el cuidado en la redacción, en la ortografía. El estilo de narración es limpio y fluído. no usas palabras artificiosas o descripciones sobrecargadas. Te concentras en la historia, y, para mi, eso es bueno. Ahora, no es que me guste una prosa más adornada. El estilo de Edgar Allan Poe, por ejemplo, se encanta y me siento muy identificado con este. Es, la verdad, uno de mis modelos a seguir, en terminos literarios.
Se nota, además, que lo tuyo es el genero del terror ¿has incursionado en otras áreas? Yo me inclino por la fantasía de caracter más épico, o las leyendas asociadas a China y Japón, pero trato de escribir de todo.
Lo único que puedo decir "en contra" de tu relato es que el asunto de los esqueletos asesinos me recordó a estas cintas de ciencia ficción de los años 50-60, con hormigas gigantes, monstruos radiactivos, etc. Quizás podrías trabajar en un concepto del mal más etereo, abstracto. Solo a modo de consejo y en buena, XD

Finalmente una pregunta ¿esperas publicar algún día? ¿una novela, tal vez, o una colección de cuentos? lo pregunto porque tienes la calidad como para hacerlo. También leí la historia de la mujer que muta en relación a la bondad o maldad intrinseca de los sujetos con quienes tiene sexo. Muy bueno. Me gustó más que este, quizás porque las mujeres suelen tener ese halo de misterio que las hace mejores villanas que los hombres, más brutos o racionales, según el caso.

Saludos!

kensan_x dijo...

Fe de erratas:

Donde dice: "...no es que me guste una prosa más adornada" debe decir "no es que NO me guste una prosa más adornada"

Donde dice: "El estilo de Edgar Allan Poe, por ejemplo, se encanta" debe decir "El estilo de Edgar Allan Poe, por ejemplo, ME encanta"

Fraterno Dracon Saccis dijo...

Gracias por el comentario Kensan_x.
Tengo algunos relatos de ciencia ficción, pero están maserando. No creo que salgan a la luz muy pronto.
En cuanto a si deseo publicar, claro que sí. Es solo que debo trabajar más en, reunir una cantidad de relatos de buena calidad si quiero editar un libro de cuentos, o decidir cual de las novelas que estoy trabajando (que son dos), de verdad valen la pena ser terminadas.
Gracias otra vez por el comentario y mantente atento

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