martes, 20 de octubre de 2009

Ella Cambia

"I Have A Dream" por Eva Morgan

I

Estaba al borde del precipicio.

El corazón bombeaba casi a punto de colapsar, y su cerebro trabajaba como si tuviera una docena de cuerpos que comandar.

Pero ella era una. Sólo ese maldito cuerpo, que estaba a un paso de romper todos sus huesos, al golpearse con los muros de rocas afiladas del abismo. Miró sus manos. Todo había comenzado con los dedos. Bajo las uñas y luego hasta los nudillos, la piel se había amoratado. Los doctores lo atribuyeron a hemofilia, pero luego de los exámenes de sangre lo descartaron.

Cuando el color se extendió hasta la muñeca, no salía a la calle sin guantes. Luego ya no abandonó la casa. Despertó con la piel de pies a cabeza morada.




Llamó a un médico para que la fuera a revisar. Este quedó impactado con el aspecto necrótico de la piel, no hallando explicación alguna. Aparte del innatural color y una extrema resequedad, la condición no tenía ningún otro síntoma, ni siquiera dolor. Le ordenó una serie de exámenes con nota de urgencia, y le solicitó se los llevara apenas estuvieran listos.

Nunca se los tomó.

No se consideraba una mujer vanidosa, pero su apariencia era grotesca. El solo hecho de pensar en que la gente la viera así le causaba pánico. Con esos pensamientos deambuló por su casa durante cuatro semanas. El sonido del teléfono era el único que rasgaba su niebla mental.

El contestador se llenó de mensajes: el médico consultando por los resultados, del trabajo preguntándole que cuando volvería, del servicio de salud informando el rechazo de la licencia. Y así una multitud de voces que se difunminaban entre sus propios sollozos. Más había alguien que resonaba con sus insistentes llamados y golpes en la puerta. Desde que supo que estaba enferma, no dejó de requerirla ni un solo día. Él le dejaba esta última grabación.

- Sofía, soy yo, Alejandro. Se que estas escuchando. Ayer me quedé en tu puerta y supe que oías mis mensajes una y otra vez. No me apartes de tu lado. - guardó silencio durante unos segundos, luego tomó aire – No te dejaré más mensajes. Si mañana no abres la puerta, haré que la policía, los bomberos o quien pueda me deje entrar. Por favor, quiero verte. Te amo.

Rebobinó y reprodujo la cinta tantas veces, que se atascó.

Mientras le daba vueltas a cada frase, intentó por enésima vez comer algo, apenas logrando tragar un bocado. Se pasó la noche en vela, paseándose como un convicto en el patio de la cárcel. Llegando al alba se durmió. Los golpes en la puerta la despertaron horas después.

No supo si fueron los sentimientos que tenía para con Alejandro, lo conmovido que sonaba en las grabaciones y ahora al otro lado del umbral, o el pensar en que podrían irrumpir en su casa y muchas más personas la verían en esas repulsivas condiciones, pero en el instante en que Alejandro se alejó de la puerta después de una hora de golpear y rogar, decidió abrir la ventana por donde lo miró hacerle guardia y lo invitó a pasar.

Antes de que entrara le pidió que dejara las luces apagadas. La penumbra le daba más seguridad, le dijo. Él le respondió que nada cambiaría lo que sentía por ella, y que le dolía mucho estar apartados en un momento tan difícil.

Mientras decían estas palabras, él se acercó y la tomó de la mano. Ella apenas se rehusó, necesitaba de su cariño.

Las luces de un vehículo se colaron por las ventanas, iluminando el amoratado rostro de Sofía, quien se cubrió no tan rápido como para que Alejandro no la viera. Este quedó impresionado al presentársele tan terrible realidad, estalló en llanto y la abrazó. Se quedaron largo rato así y luego se besaron.

Los besos aumentaron su intensidad. Él le acarició la cara. Se sorprendió lo seca que estaba. Ella lo detuvo, pero el deseo se hizo más fuerte. Dejó que las manos de Alejandro la recorrieran con la libertad del viento.

En la oscuridad ella lo guió hasta el dormitorio. Se desnudaron mutuamente, recostándose en la cama. Alejandro sentía en sus manos esa piel seca, pero las formas eran las mismas que conocía. Estaba mucho más delgada, lo noto al percibir las costillas y la pelvis sobresalientes, sin embargo seguía siendo su Sofía. Le tocó la entre pierna, que no tenía la humedad que esperaba, mas Sofía lo agarró de las nalgas introduciéndose el rígido miembro de una vez.

Él fue abrazado por el calor de la cavidad vaginal. Ella, a pesar del dolor inicial, comenzó a experimentar un placer que nunca antes habían sentido juntos.

Los movimientos, siempre acelerados, se detuvieron de súbito, justo en el momento en que ella alcanzaba el orgasmo. Alejandro arqueó la espalda de una forma imposible. Agarró el cuello de Sofía, sofocándola. Ella podía notar el blanco de los ojos de Alejandro, que se fueron tornando rojos. Cuando Sofía estuvo apunto de desmayarse, Alejandro la soltó entre espasmos. Ella aprovechó para escabullirse, y cuando corría hacia la puerta, los movimientos cesaron.

Prendió la luz.

Alejandro yacía con los ojos y la boca abierta, su desnudez completa exhibía un color morado, casi negro. Sofía se acercó muy despacio, atenta a cualquier reacción. Al tocarlo, se deshizo dejando una silueta de cenizas.

Sofía miró sus manos, notando con estupor que eran pálidas como la muerte.

II

Un hecho superó al otro en horror.

Entre la incredulidad de todo lo ocurrido, sopesó las alternativas de acción, descartando de plano el compartir con alguien lo sucedido. Su cabeza estaba tan turbada, que no lograba encontrar alguna lógica para comenzar a desenhebrar todos los espantos que había vivido en el último tiempo.

Lo primero que quería hacer era alejarse de los restos de Alejandro. Pensó en enterrarlo en el patio, pero no se le hizo grata la idea de convivir con esa ominosa sombra tan cerca. Tampoco le apeteció esparcirlo en el mar o algo parecido. No había recuperado las ganas de salir, alcanzándole apenas para aventurarse a la calle con una bolsa negra.

Un joven en bicicleta se la quedó mirando sin pestañear, casi chocando con el contenedor de basura donde Sofía pensaba depositar las sabanas con las cenizas de Alejandro. Se asustó al pensar en que su piel había vuelto al color putrefacto, pero al mirar sus brazos y manos comprobó que seguían en plena normalidad.

Pasó así el fin de semana aun encerrada en su casa, llorando por Alejandro y por ella misma. No se atrevió a acercarse a algún espejo, temiendo encontrarse con su rostro, tuviera el color que tuviera.

Le desagradaría igual.

Terminando el domingo, recibió una nueva llamada de su trabajo. Dejaban un nuevo mensaje. Tomó el auricular interrumpiendo y saludó. Esperó a que terminara la secretaria de dar sus vacíos deseos de mejoría para decirle que no volvería más a la oficina. Esta idea se quedó en la punta de su lengua, ya que sus ojos llegaron de casualidad a su rostro, reflejado en el vidrio de una foto ampliada de si misma. Eran las mismas caras, pero la del cristal tenía una belleza superior. Analizó cada facción, comparándolas con las de la fotografía, sin notar cambio alguno, pero al mirarse en un espejo, pudo darse cuenta que irradiaba una gracia conmovedora. La secretaria estuvo apunto de colgar al no recibir respuesta de Sofía, pero esta le afirmó que estaría a primera hora de la mañana, recuperada y lista para trabajar.

III

Su jefe pidió que lo esperara en su oficina. Ella estaba ansiosa por ver si él reaccionaba igual como todos quienes la vieron pasar. Cada persona que posaba sus ojos en ella, se deslumbraba de una manera celestial. Varios la siguieron, intentando con poco éxito disimular. Logró perderlos para llegar tranquila al edificio. Una vez dentro, el efecto fue el mismo. Estuvo rodeada de los varones de la oficina y una que otra fémina, preguntándole melosamente sobre su salud, su nombre (quienes antes ni la habían notado), y un centenar de inquietudes que ella respondió con afable prestancia. Ahora en la oficina de su infame jefe, esperaba poder sacar algún provecho de esta extraña, aunque grata nueva condición. Se desconocía actuando de esta frívola manera, pero no se quiso seguir auto compadeciendo. Después de haber estado encerrada en su propia casa y en una piel de cadáver, deseando la muerte, sentía que estaba en el paraíso, y no podía ser ingrata de la vida rechazando esta ventaja.

Arturo Williams pasó saludando sin mirarla hasta que se sentó en su sillón. Era un desgraciado que le hacia la vida imposible a quien tuviese la posibilidad, haciéndolo tan solo por el gusto de pisotear a los demás. Sofía varias veces estuvo apunto de renunciar, tanto por las humillaciones recibidas y las que tuvo que presenciar. Williams utilizaba a las personas a su antojo, y una vez que las explotaba, las desechaba sin miramientos.

Sus ojos azules se posaron en Sofía, iluminándose con lascivo vigor. Se enredó en lo que pensaba decir, desintegrándose los vituperios mentalizados. Nervioso se paró a bajar las persianas y poner seguro a la puerta. Volvió al asiento, encontrándose lanzando promesas de dejar a su mujer y darle todo lo que quisiera con tal de poseer su cuerpo.

Sofía sonreía sin responderle, manteniendo fija la mirada en los degenerados ojos de Williams. Había sucedido lo que quería. Aceptaría su proposición, pero no le interesaban las recompensas prometidas. Tenía una sospecha de los alcances de su virtud, y si eran ciertas, el viejo imbécil estaría hecho cenizas en un par de minutos.

IV

Williams desnudó en segundos a Sofía, quien hizo lo mismo con él, resistiendo los impulsos de escapar. El viejo restregó sus ásperas manos y sus encogidos labios por la suave y pálida piel de la mujer, y sin más preámbulo la penetró sobre el escritorio. Lo único que la consolaba en esta vomitiva copula, era la expectativa de ver desaparecer al maldito.

Williams la embistió durante unos treinta segundos, y comenzó a ponerse tieso. Sus manos intentaron zafarse de Sofía, pero esta no lo dejó escapar. Pronto vio como la arrugada piel del viejo se tornaba gris y luego morada, mientras ella alcanzaba un precoz orgasmo. Cuando ya estaba segura que Williams estaba perdido, lo empujó. Este cayó, y desde su decrépito miembro, un vapor verdoso se dirigió a la vulva de Sofía. Ella casi se cubre con las manos, pero comprendió que así debía funcionar todo. Cuando la transfusión gaseosa terminó, pisoteó el cuerpo inerte de Williams, deshaciéndolo en cenizas.

Ahora debía idear la manera de salir de la oficina sin que la vieran. Tomó el teléfono y marcó al anexo de la secretaria. Cuando posó su dedo en la tecla, este tenía un color verde, que se empezó a esparcir por el resto del cuerpo. Sofía gritó de espanto, y de inmediato de afuera golpearon la puerta e intentaron derribarla. Miró sus brazos, de los cuales surgieron postulas que se reventaban, supurando un liquido hediondo y blanquecino. En el momento que irrumpieron en la oficina, Sofía seguía gritando histérica, pero ellos no vieron a la belleza divina que había entrado, si no que a un ser viscoso, repelente y fétido, de cuya espalda comenzaron a nacer unas extremidades que terminaron formando dos pares de alas de una apariencia reptiliana.

Un guardia avanzó buscando a Arturo Williams, sin imaginar que las cenizas por donde caminaba eran de su jefe. Se llevó la mano al arma. Antes que llegase a poner un dedo en la funda, el monstruo lo lanzó contra una pared. El trayecto terminó con un crujido cervical.

Las exclamaciones de la criatura habían perdido todo matiz de humano, reventando los vidrios de todo el piso. Las personas de las oficinas adjuntas sangraban por los reventados oídos, al igual que quienes estaban alrededor del escritorio de Williams. La diferencia radicaba en que los de afuera no cayeron muertos. Sofía, o la bestia en la que se había convertido, saltó por la ventana, alejándose de los cadáveres, y de los ausentes y sordos sobrevivientes.

V

Llegó tan lejos que no pudo determinar su ubicación. En realidad no le importaba donde estaba, si no que no había ni un solo ser humano alrededor.

Cuando sobrevolaba el lugar intentó precipitarse desde las alturas, pero sus alas no se lo permitieron, haciéndola planear y aterrizar brusca pero no mortalmente. Entonces buscó algo con que amarralas y lanzarse por el precipicio que tenía a unos metros. Lo logró, y ahora se encontraba en la orilla del fin de su asquerosa existencia. No necesitaba tener un espejo para saber que se había convertido en un ser repulsivo.

No entendía que había pasado. Todo sucedió tal como con Alejandro. Pero claro, Williams no era Alejandro.

Ahora ya no le interesaba nada.

Se dejó caer, mientras resonaba en su cabeza “Williams no es Alejandro”. Esta frase parecía hacer eco en las inmensas paredes rocosas.

A unos quince metros del suelo, una idea, como un golpe eléctrico removió su cerebro. “Williams no es Alejandro”. Podía ser que el problema fuese ese.

Con todas las fuerzas que da la inminente muerte, cortó las amarras y logró planear a pocos metros de quedar estampada en el suelo.

El espíritu, la personalidad de Alejandro era bella. Él había estado junto a ella durante todo ese tiempo. Él la amo a pesar de la horrible apariencia que tenía. En cambio Williams era todo lo contrario. Una persona vil, sin escrúpulos, que se había sentido atraído por su belleza exterior. Habían fornicado y ella sintió asco, excepto en un breve instante donde logró un extraño orgasmo. Si lograba encontrar alguna persona que tuviese un sentimiento puro hacia ella, que se interesara por su corazón y no por su piel, era posible que tomase la forma bella que había ostentado.

Tal vez un ciego. Eso era factible. Cuando este desarrollara algún cariño o incluso amor por ella, entonces podría hacer que la penetrara. El pobre terminaría en cenizas, pero ella podría volver a ser la belleza que todos admiraban.

Se elevó por los cielos, mientras pensamientos obsesivos plagaban y deformaban su demencial cerebro.
Ω

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