martes, 17 de septiembre de 2013

"Beatriz" para el especial mitológico de Chile del Terror

Ilustración por All Gore

Estoy paralizado.

Cada día era igual al otro, desde que tengo memoria. Llegaba el plenilunio y mis Padres aullaban y danzaban entorno al fuego. Lluvias que no cesaban hasta pasada una semana. Truenos que retumbaban entre los árboles. Olas que amenazaban con cubrir el islote y hacerlo desaparecer. El Barco del Arte dejando sus mercancías y recogiendo sus tributos. Cada día era diferente, pero al formar parte de ciclos, no eran más que una pieza de la monotonía.

Ni Galindo, uno de mis muchos Padres, con sus lecturas a escondidas de los otros Brujos, lograba abstraerme del mundo congelado en el que vivía. Al contrario. Fue él quien plantó la semilla del inconformismo en mi alma… alma… también gracias a él comprendí que yo tenía una. A veces pienso que es por esto que me dijo “perdóname” para luego salir volando con su makuñ para nunca regresar. No hay nada que perdonar, solo agradecer, querido padre y amigo.

Sin embargo, un día en que deambulaba por los alrededores de la cueva, como era mi obligación, resguardando la guarida de mis Padres, una visita llegó de entre el bosque. Su cabello negro azabache se agitaba como tela con el viento. Su andar, era como si flotara sobre el agua, sus pies estaban cubiertos por el largo vestido rojo que cubría su delgado cuerpo. Fue su rostro, sí, su rostro inescrutable, su mirada fría como la brisa marina la que me hipnotizó. No me dirigió palabra ni posó sus ojos sobre mí, para pasar por mi lado y desaparecer en la boca parpadeante de la cueva.

Beatriz, de inmediato la nombré para guardarlo en secreto, evocando a la musa de Dante. Esperé a su salida, con temblores y ansiedad. Tal como llegó se fue, como si no hubiera custodio en el islote. Intenté seguirla pero mis saltos no fueron capaces de dar caza a su deambular etéreo.